martes, enero 22, 2008

Aquí vivimos muertos

"Aquí vivimos muertos"

dice Ingrid Betancourt en la carta que le envió a su madre


Fragmento de la carta de Ingrid...


"Este es un momento muy duro para mí. Piden pruebas de supervivencia a quemarropa y aquí estoy escribiéndote mi alma tendida sobre este papel. Estoy mal físicamente. No he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó, el pelo se me cae en grandes cantidades.

No tengo ganas de nada. Creo que eso es lo único que está bien, no tengo ganas de nada porque aquí en esta selva la única respuesta a todo es 'no'. Es mejor, entonces, no querer nada para quedar libre al menos de deseos. Hace 3 años estoy pidiendo un diccionario enciclopédico para leer algo, aprender algo, mantener la curiosidad intelectual viva. Sigo esperando que al menos por compasión me faciliten uno, pero es mejor no pensar en eso.

De ahí para adelante, cualquier cosa es un milagro, hasta oírte por las mañanas porque el radio que tengo es muy viejo y dañado.

Quiero pedirte mamita linda que le digas a los niños que quiero que me manden tres mensajes semanales (...) Nada trascendental, sino lo que puedan y se les ocurra escribir de afán (...) No necesito nada más, pero necesito estar en contacto con ellos. Es la única información vital, trascendental, imprescindible, lo demás ya no me importa (...).

Como te decía, la vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo. Vivo o sobrevivo en una hamaca tendida entre dos palos, cubierta con un mosquitero y con una carpa encima, que oficia de techo, con lo cual puedo pensar que tengo una casa.
Tengo una repisa donde pongo mi equipo, es decir, el morral con la ropa y la Biblia que es mi único lujo. Todo listo para salir corriendo. Aquí nada es propio, nada dura, la incertidumbre y la precariedad son la única constante. En cualquier momento dan la orden de empacar y duerme uno en cualquier hueco, tendido en cualquier sitio, como cualquier animal (...) Me sudan las manos y se me nubla la mente y termino haciendo las cosas dos veces más despacio que lo normal. Las marchas son un calvario porque mi equipo es muy pesado y no puedo con él (...) Pero todo es estresante, se pierden mis cosas o me las quitan, como el bluyin que Mela (Mélani) me había regalado en Navidad, con el que me cogieron. Lo único que he podido salvar es la chaqueta, ha sido una bendición, porque las noches son heladas y no he tenido más que echarme encima.

Antes disfrutaba cada baño en el río. Como soy la única mujer del grupo, me toca prácticamente vestida: shorts, brasier, camiseta, botas. Antes me gustaba nadar en el río hoy ni siquiera tengo alientos para eso. Estoy débil, friolenta, parezco un gato acercándose al agua. Yo que tanto he adorado el agua, ni me reconozco. (...) Pero desde que separaron los grupos no he tenido ni el interés ni la energía para hacer nada. Hago algo de estiramiento porque el estrés me bloquea el cuello y duele mucho.

Con los ejercicios de estiramiento, el split y demás logro aliviar un poco la tensión en el cuello. (...) Yo trato de guardar silencio, hablo lo menos posible para evitar problemas. La presencia de una mujer en medio de tantos prisioneros que llevan 8 y 10 años cautivos es un problema (...) En las requisas le quitan a uno lo que uno más quiere. Una carta que me llegó tuya me la quitaron después de la última prueba de supervivencia en el 2003. Los dibujos de Natasha y Stanis, las fotos de Mela y Loli, el escapulario de mi papá, un programa de gobierno con 190 puntos, todo me lo quitaron. Cada día me queda menos de mí misma. Algunos detalles ya Pinchao te los contó. Todo es duro.

Es importante que le dedique estas líneas a aquellos seres que son mi oxígeno, mi vida. A quienes me mantienen con la cabeza fuera del agua, no me dejan ahogarme en el olvido, la nada y la desesperanza. Ellos son tu, mis hijos, Astrica y mis chiquitines, Fab, tía Nancy y Juangui.

Todos los días estoy en comunicación con Dios, Jesús y la Virgen (..) Aquí todo tiene dos caras, la alegría viene y luego el dolor.
La felicidad es triste. El amor alivia y abre heridas nuevas... es vivir y morir de nuevo. Durante años no pude pensar en los niños y el dolor de la muerte de mi papá copaba toda la capacidad de aguante. Llorando pensaba en ellos, sentía que me asfixiaba, que no podía respirar. Entre mí me decía: "Fab está ahí, él cuida de todo, no hay que pensarlo ni hay que pensar". Casi me enloquezco con la muerte de mi papá. Nunca supe cómo fue, quiénes estaban, si me dejó un mensaje, una carta, una bendición.

Pero lo que ha aliviado mi tormenta es pensar que se fue confiando en Dios y que allá volveré a abrazarlo. De eso estoy segura. Sentirte fuerte ha sido mi fuerza. Yo no vi mensajes sino hasta que me unieron con Lucho, Luis Eladio Pérez, el 22 de agosto del 2003. Fuimos amigos entrañables, nos separamos en agosto. Pero durante ese tiempo él fue mi apoyo, mi escudero, mi hermano (...)


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